Prólogo
Abrí los ojos. Todo estaba a
oscuras, apenas se podía ver algo. Un tenue rayo de luz entraba por las
rendijas que había en el techo iluminaba parcamente la habitación en la que me
encontraba. No recordaba donde estaba, ni quién era, ni que había ocurrido. Sentía dolor, un dolor que me recorría de
arriba abajo, pero era un dolor mental, no físico. Cerré los ojos y me
concentré en intentar recordar lo que había ocurrido.
Traición. Ese pensamiento rondaba
mi cabeza. Parecía ser que eso era lo último que había sentido antes de caer
inconsciente. De repente una oleada de odio y furia empezaron a apoderarse de
mí, comencé a verlo todo rojo y únicamente tenía ganas de destruir cosas. Hice
acopio de todas mis fuerzas mientras intentaba no perder la calma y el control.
Necesitaba de toda la claridad de mi mente para poder salir de esta situación.
Una vez que había conseguido tranquilizarme del todo y recobrar el control de
mis acciones, intenté obtener alguna pista, algún indicio de dónde estaba y de
lo que había ocurrido.
Me incorporé lentamente y algo
cayó al suelo con un suave sonido metálico. Era un anillo pequeño, redondo y
brillaba con un tenue fulgor metálico. Cuando lo cogí una avalancha de
sentimientos me invadió. Una avalancha de sentimientos contradictorios me
invadió. Alegría, tristeza, dolor, amor, pena, odio, furia, traición. Debía de
ser algo muy importante para mí y con la razón por la cual estaba aquí
encerrado. Miré a ver si llevaba alguna inscripción o algo, pero la poca luz
que entraba por el techo era insuficiente para ver algo con claridad así busqué
algún bolsillo donde guardarme el anillo en la ropa que llevaba puesta.
Era de ser muy optimista llamar
ropa a los andrajos que llevaba. Una túnica manchada, descolorida y llena de
agujeros, y unos guantes que habían visto tiempos mejores, amén de unas
sandalias a las que apenas les quedaban tiras de sujeción. ¿Cuánto tiempo
llevaba encerrado en aquel lugar?
Me guardé el anillo en un
bolsillo de la túnica y continué buscando por la habitación alguna pista más.
Parecía estar encerrado en un sótano. Estaba bastante mal conservado y en un
estado bastante ruinoso. Necesito alguna fuente de luz para poder ver mejor. Me
acerqué a un montón de piedras que había en el suelo, cogí un par de ellas y
empecé a golpearlas y saltaron algunas chispas. El suelo era de un material que
en su tiempo debió de ser de buena calidad aunque ahora las baldosas estaban
cubiertas de polvo y agrietadas. Continué golpeando las piedras con más fuerza
y cuando vi que producían más chispas, se me ocurrió una idea. Tanteé la
penumbra en busca de algo con lo que poder sujetar el trozo de tela, y mis
manos se toparon con un palo. Lo agarré y lo envolví con el trozo de ropa. Dejé
la improvisada antorcha en el suelo y empecé a producir chispas encima de ella.
Al cabo de un largo rato, por fin prendió. Soplé un poco para avivar la pequeña
llama que se había producido. Cogí la antorcha y la alcé para observar mejor la
habitación cuando algo me llamó la atención de ella. La miré con más
detenimiento y vi que el palo que había cogido no era tal, sino un trozo de
hueso, y parecía humano. De la impresión la solté y cayó al suelo, apagándose.
Me resultó sorprendente el hecho
de que no lo hubiera soltado por que fuera un hueso humano, eso no me producía
asco, simplemente me esperaba que fuera un trozo de madera.
Cogí el hueso y lo examiné con un
poco más de detenimiento. Era un hueso humano como bien había supuesto al
principio, es más diría que es el fémur por su tamaño. Por el desgaste de la
cabeza del hueso parecía ser de una persona adulta y se observaban algunas
lesiones a lo largo de su estructura, pero con la poca luz que entraba desde el
techo era imposible averiguar más datos.
Me quedé pensando un instante.
¿Cómo podía saber yo todos esos detalles? De repente unos recuerdos más
acudieron a mi mente. Estaba fascinado con el cuerpo humano, en cómo funcionaba
y en cómo era su interior. Sé qué hacía experimentos con cadáveres, ¿Qué clase
de persona soy?
Para averiguarlo, debía explorar
la habitación con más detenimiento, así que me dispuse a volver a encender la
antorcha. Estaba dispuesto a averiguar quién, o qué, soy.
Cuando volví a tener luz, me
incorporé y examiné con detalle la habitación en la que me encontraba. La escena
que me rodeaba era horrenda. Había montones de cadáveres por el suelo, todos
ellos con signos de muertes violentas. Parecían soldados por los ropajes que
llevaban, incluso alguno de ellos llevaba armadura de metal, lo que denotaba
que eran profesionales, al menos una parte.
Me acerqué a examinar los
cuerpos. La mayoría habían muerto de alguna estocada en el corazón, o les
habían cortado la cabeza, pero alguno debió sufrir una lenta agonía por las
expresiones de sus rostros o las localizaciones de las heridas. En particular,
había un pobre infeliz que debió de sufrir lo indecible por su mueca de dolor.
Examiné el cuerpo con más detenimiento y observé que la herida fatal era en el
estómago, una muerte lenta y agónica.
Mientras continuaba mirando los
cadáveres una cosa me llamó la atención. Había cuerpos que todavía conservaban
carne en su cuerpo, algunos incluso apenas presentaban signos de putrefacción,
mientras otros parecían llevar siglos muertos, sin ningún rastro de carne en
sus cuerpos. ¿Qué clase de hechicería demoníaca e impía se habría usado aquí?.
Estaba empezando a encontrarme
ansioso pero la razón no era estar rodeado de tanta muerte y tanto cadáver, es
más me interesaban. El ansia me venía por averiguar lo que había ocurrido.
Volvía a centrar mi atención en
la habitación. Parecía que me encontraba en el sótano de una casa, en una
especie de laboratorio. Había mesas rotas y carcomidas y diverso material
quirúrgico desperdigado por toda la sala. Una sensación de familiaridad me
envolvió. Sabía perfectamente que me encontraba en un laboratorio. Mi
laboratorio. ¿Qué clase de monstruo era para encontrarme a gusto rodeado de
cadáveres? ¿Y qué clase de experimentos realizaba aquí? Y todas estas muertes,
¿fui yo el causante? ¿Algún experimento que salió mal? ¿Y por qué soy la única
persona viva de esta habitación? Demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Debo
seguir investigando aunque cada vez que descubro algo nuevo es para formularme
más cuestiones, no para encontrar soluciones.
Vi una pequeña figura de una
mujer encima de una mesa que milagrosamente estaba intacta, al lado de un
pequeño candil. La mesa estaba en un lateral de la habitación, tenía una capa
de polvo encima como si no se hubiera movido nada en lustros. La estatua
representaba a una mujer de pelo castaño. Llevaba una túnica de terciopelo rojo
y en la cabeza llevaba una corona, rodeada por el halo que llevan los santos.
"Santa
Irene"
Ese pensamiento me vino directo a
la mente. Otra cosa de mi pasado. Esa estatuilla tenía que ver con alguna mujer
a la que había querido mucho, pero no recordaba quien o que podría ser. ¿Mi
madre?, ¿mi hermana?, ¿mi esposa quizás? Me miré la mano. Estaba enguantada. Me
quité los guantes para ver si llevaba el anillo debajo de ellos. Mis manos eran
finas y alargadas con unos dedos largos y huesudos. Mis dedos apenas tenían
carne sobre ellos, eran casi todo puro hueso. Pero no había ni rastro de un
anillo, ni siquiera la marca de haber llevado uno. Comprobé si el anillo que se
había caído cuando me desperté era mío, pero me venía demasiado grande. Cuando
lo cogí para volver a guardármelo vi en su interior una inscripción dentro que
rezaba:
Ich werde dich immer lieben
"Te amaré por siempre".
Un anillo de compromiso. ¿Y qué hacía en mi posesión? ¿Qué le habría pasado a
ella? Decidí continuar buscando alguna pista sobre quien era y lo que había
pasado.
Me acerqué a la mesa para
encender el candil, puesto que la llama de mi antorcha se estaba consumiendo a
pasos agigantados. La dejé sobre la mesa y abrí la portezuela del fanal. Cogí
el trozo de tela y lo acerqué al candil. Cuando la llama hubo prendido me
concentré más en la estatuilla. Parecía que la habían estado cuidando con mucho
esmero. No tenía tanta cantidad de polvo encima y apenas se había carcomido,
aunque parecía como si hiciera decenios que nadie se acercaba a la mesa. Había
un tintero y una pluma junto a un libro y unas cuantas hojas sueltas. También
parecía que nadie los hubiera tocado en mucho tiempo. Aparté el tintero, la
pluma y las hojas y le eché un vistazo al libro. Estaba abierto por la última
página y en ella podía leerse:
“Estas son las vivencias de mi
señor Markus Johann Zellwegger-Giovanni, antiguo miembro del linaje de Ashur.
Traicionado por quien más confiaba, abandonado por un mundo que no le entendía.
Ser incomprendido que sacrificó hasta su propia vida por salvar a sus hermanos.
Maestro que me enseñó muchas cosas sobre la vida y la muerte. Solo espero que
este diario le sirva de ayuda cuando despierte, porque sé que despertará. Y le
pediré al Señor todos los días de mi existencia para que algún día encuentre la
felicidad.
Sinceramente, vuestro humilde
siervo: Rocco
Giovanni
Valencia 23 de Febrero de 1526”
Me suena ese nombre, Markus
Johann Zellwegger, pero la última parte, la de Giovanni, solo me trae recuerdos
dolorosos. Así que este libro debe tratar sobre mí ¿Y quién es Rocco? Debió de
conocerme bien, por el respeto que me profesa
Mi mirada se dirigió de nuevo
hacia la estatuilla de Santa Irene. Aún no conseguía recordar la razón por la
que esa imagen era tan importante para mí. La cogí entre mis manos y la
acaricié. Un torrente de imágenes y sensaciones me invadieron. Vi una mujer
preciosa, de largo cabello moreno y ojos cautivadores. La mujer tenía la mano
derecha extendida hacia mí, y parecía que demandaba mi ayuda. Y había dolor,
sufrimiento, alegría, felicidad, pena y sobretodo odio, mucho odio. La imagen
que más se repetía era la de una mujer morena pidiéndome ayuda con la mano
extendida hacia mí. Había imágenes de muerte y destrucción. Y de repente todo
se volvió rojo como la sangre mientras veía como la despedazaban. La estatuilla
se me escapó de las manos y cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos como la
mujer de mi visión, sacándome del trance en el que estaba sumido. Me metí la
mano en el bolsillo y saqué el anillo. Me producía las mismas sensaciones y los
mismos recuerdos que la estatuilla. Una lágrima asomó por mis ojos. Me llevé la
mano a la cara para enjugármela pero algo me lo impidió. Era algo duro y
metálico. Me palpé la cara con más detenimiento y descubrí que llevaba puesta
una máscara. Me la quité y la observé con detenimiento. Era una máscara de
metal muy simple. Con dos orificios para los ojos. Esos eran sus únicos
ornamentos. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de que llevara puesta una
máscara? ¿Y por qué motivo la llevaba puesta? Más preguntas sin respuesta. Más
misterio y más cosas extrañas. Decidí ponérmela de nuevo hasta que no
averiguara más cosas sobre lo que me había ocurrido. Si la llevaba debía ser
por algo.
Debía averiguar lo que me había
pasado, lo que le ha pasado a la mujer morena de mi recuerdo, qué relación
tenían conmigo la estatuilla de una santa y un anillo de compromiso. Y las
respuestas parecían encontrarse ocultas dentro del libro, así que lleno de
curiosidad por saber quién era y qué me había ocurrido, decidí sentarme a
leerlo desde el principio.
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